domingo, 28 de diciembre de 2008

EL AMOR DE LA PINEIDA



Mi padre se desvanece en la llanura, alimenta la tierra; fecunda a mi madre con tristeza ante la vista de todos. Luego encuentra un lugar entre los árboles para hablarme. Me ama tanto, permite aún que coloque mis pies sobre su regazo y le cuente lo que he visto en el bosque.

Soy ligera y hábil con el arco. Dicen que llevo la obscuridad de mi madre en la muerte de mi presa y la tranquilidad de mi padre en mi belleza. Admiten los hombres y hasta las mujeres de estos que han soñado deseándome, que entre los árboles han buscado mi nombre. Esto que es absurdo entristece aún más a mi padre. Él se queda callado, tengo la certeza que llora. Me ha pedido un nieto.

Insisto en lo absurdo. Soy cazadora, disto de la belleza y de la gracia de Eros. No sé lo que observan estos hombres. Le he rogado a mi padre que guarde mi virginidad. Mi madre ha empezado a hablarme sobre el amor.

No es que el amor me espante, pero siempre he escuchado que llega. Prefiero los árboles, esta llanura que pare desde la profundidad de su vientre a todo. Esta vida que son mi padre, mi madre y mis hermanas ¿Cómo será el amor, lo conoceré?

La huida la hace más hermosa. Virgen perseguida por el primer amor. Flecha de plomo contra la cazadora.

Vientre blando a leñoso: alumbramiento de la imposibilidad. Brazos como ramos colgantes. Auxilio paterno en piernas de raíces. Cambio de figura.

El dios más joven del Olimpo al lado de un árbol con nombre de mujer.
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sábado, 8 de noviembre de 2008


Dice: “Un gran amor”

Luego el silencio. Dos luces: unas bombillas de setenta y cinco watts

La sombra sólida. El brassier de catalogo de chica burguesa. Habitación de estudiante universitario. Aún sus senos no se acostumbran a las manos. Es el sonido que sale de un hoyo: alas de mariposa amarilla. Desnuda y pecosa, medias de niña de escuela, arriba hacia abajo: leve clamor de muerte. Agonía de himen. Es el Amor… “Un gran Amor”.
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viernes, 10 de octubre de 2008

PRESENTE


La niña perdió su muñeca. "Es tan inmenso el mar" Cabello azul, ojos grandes más negros. Plástico hecho con desperdicios de almas chinas.

–¿En dónde queda el mar, mami –pregunta la pequeña–?

Desconsolada la madre, observa hacia arriba. Un cielo verde acuoso, que ya no es el cielo. Y se pregunta lo mismo que el árabe hispano, sobre las palabras de un griego llamado Platón.

–Es una idea, hijita –le responde tristemente mientras acaricia el hermoso ojo celeste de las manos de su pequeña–.
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domingo, 5 de octubre de 2008



Tú no puedes ser la misma mujer de la habitación oscura, la misma muchacha de cabello largo y sonrisa tonta. Te hace falta la maldad oculta, la dulzura falsa de las palabras mitológicas que no sabes, pero repetías. Tú no puedes ser porque he medido tu sombra con mis manos, entrabas. Ahora no entras. No puedes porque en los cafés te escribía poemas en servilletas al lado de adornos chinos y música clásica. Tú que sólo deseas un viaje a Europa comprando souvenirs y viendo cosas curiosas: no puedes ser la misma.

martes, 23 de septiembre de 2008

POEMAS A MARIANA



1

Una habitación
_________Hermosa
espalda de muchacha desnuda
Oscuro cabello de bosque.


_________Tocada
tiernas manos de niñas



Primer trago Triste de amor




2

Si dijera que te amo,
________Mariana
Estos pájaros perderían
las plumas negras
que no tienen.

________No existiría nada.

Porque nunca he dicho amor
ni en el sueño blanco
de medianoche
ni en la agonía febril
de la no muerte.


3

Desperté
dispuesto a pensar en tus
senos
____________Mariana

Nevo botón
____________oscuro

Negro, como mujer de otro
_____________Mariana
de piernas coral, mi intocada,
_____________Mariana

Pensé
_____todo un día,
_____________pensé

Mariana oscura,
________sueño largo
como cabello de bosque.



4

Tengo
en una mano el mechón de tu cabello
como mar inmenso
limitado en la carne
_____de mi palma

Entre el surco inefable de la línea de mi vida
los cadáveres de los pájaros muertos
El pez prehistórico,
caparazón de amor,
lo negro de tu cuerpo
_________Mariana
como lo profundo y claro del mar.



El amor en labios de Carla Bruni...

domingo, 31 de agosto de 2008

SUELO RECORDAR


Suelo sollozar, siendo exactos, recordar tu carpeta. No prestaba atención a las clases, deseaba tener ojos en la espalda; saber si sonreías o llegabas con las marcas que escondías debajo de tu blusa, de las peleas que sospecho librabas con tu madre.

Cuán sola podrías estar con el cassete de música tranquila que te regaló tu padre. Han pasado los años y nunca te pregunté su nombre; ciertamente lo amabas. Cuando me contabas que paseaban, tus ojos eran más claros, eras más bella, te quería más.

Ya no corríamos, prefería caminar contigo, sólo un momento porque tenía que regresar, los libros de los que te hablaba con soberbia me esperaban. Tus reproches luego fueron correctos y sin saberlo observé por primera vez los ojos de ese amor que no se dice con palabras, que es inaudible porque su silencio es el auténticamente perfecto; como el equilibrio, fugaz, intenso y efímero.

Pronto todo era insoportable. Tu ausencia cuando enfermabas o escapabas de casa, tus salidas sin razón del aula o los días que no me llamabas por teléfono para contarme cuántas veces acariciaste a tu gato o simplemente para conversar sobre tu madre. Nunca preguntaba, me avergonzaba. Recuerda que me conformaba con poco.

Suelo sentarme en la última carpeta de las aulas. Sería terrible desear tener, nuevamente, ojos en la espalda. Suelo escuchar el cassete de tu padre y olvidar que te pareces demasiado a tu madre. Nunca fue tu culpa que te quisiera, pero es suficiente el recuerdo.




Texto escrito por MSN en la ventana de Oscar Contreras y escuchando la presente canción de Alejandro Sanz. Sólo quedan los recuerdos, tontos, pero reminiscencias después de todo.

miércoles, 6 de agosto de 2008

LUCTUOSA CONTINUIDAD


El niño pateó su pelota.

En el campo de juegos están los melancólicos eucaliptos.
Los que soñaron su abuelo, su padre y sus hermanos muertos.

Pelota prístina sobre rumor de hojas. Bosque. Tres generaciones.

Continuo sueño sobre la muerte.



Fotografía: Alberto Diaz / www.andaluciaimagen.com

viernes, 1 de agosto de 2008

CONTRAPOEMA DEL PINGUINO Y EL TITIRITERO III


El día que el pingüino soñó volar en cielo no azul
y libre de agua.
El titiritero perdió su cuerno.
Una exfoliación melancólica,
a su pesar.
Cruzó sus manitos viejas y
sentose a desvanecer lágrimas
sobre la hierba de parques
intrasfigurables

La noche que el pingüino decidió caminar
lentamente abrigó sus pesadas alas
alzó los ojos a la luna que siempre lo miraba con una sonrisa
y se dispuso a lamer su tristeza.

Nadie se imaginaba tanta soledad
encerrada en los sueños de un niño nostálgico

Cogió con su pico un cactus
el desierto estaba bajo sus pies
y la muralla de fuego le regaló una tortura.
P.D.: Poema elaborado con Alvarez Toscano.
Fotografía: Carlos García.

domingo, 27 de julio de 2008

CONTRAPOEMA DEL PINGUINO Y EL TITIRITERO II


Es cosa de jodidos enamorados
querer a la muchacha pálida de siempre
construir soliloquios
masturbarse penitentemente:
el pecado de no olvidar
sus ojos claros.

Recordar cada paseo,
cada inútil afirmación
o construcción de futuro,
Es cosa de jodidos onanista

Dime maestro calvo,
tu que has visto la soledad
alargarse en tus uñas

¿Cuál es el secreto?
que esconde el amor
en forma de mujer
pálida
de siempre

Tú que has escrito cientos de poemas,
de niñas buenas,
malas y putas

Revela a tu pequeño aprendiz
el secreto de los jodidos enamorados

el porque de tantas lunas sin nombre,
el porque de tantas veces
la misma muchacha pálida,
la de siempre.

Con otro rostro.

sábado, 26 de julio de 2008

EL VUELO DE LOS PERROS


A Paul Quispe,
esperando su tranquilidad.


El muchacho espera las pastillas,
como el inexorable caer de la lluvia
en julio.

Plumas salen entre los poros,
negras,
insondables.

Recuerdo de muchacha con nombre
de bosque,
en otra luna que ni la bifurcación
de los espejos infinitos
halla.

Muchacho quédate con las pastillas,
en cornisa suicida
viendo
el abismo que te regala
la providencia
de tu melancólica ceguera .

El vuelo de los perros
mitológicos
de los perros chuscos,
chusco el amor
con sabor a hierba
y aroma de estuario

Lejana muchacha con nombre de bosque .

Espera el vuelo de los perros,
de los perros chuscos de su amor.

CONTRAPOEMAS DEL PINGUINO Y EL TITIRITERO



El poeta cree que el tiempo
es indolente,
que no importa.

Irrisoria afirmación de necios
o de niños con acné.

El tiempo va a su costado
arrancándole los cabellos
lento
como amante sanguinolenta

llevando la continuidad de sus espejos
a la más sincera
desaparición.

Ayer no te viste poeta.
Era el reflejo de tu amada con vestido negro



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EL POETA OBESO NO DEJA ESPACIO PARA MÀS LETRAS
LOS RASTROS DE LA LUNA SE HAN EXTINGUIDO,
LOS SOLES REDONDOS SE MUEREN DE ENVIDIA
EL BANKETE DE MIL NO LLENA ESA INSOLENTE BARRIGA
(NADA IMPORTA SINO LLENARSE EL ESTÒMAGO KON SATÌRIKOS VERSOS).


A PASO LENTO EL POETA DERRAMA GRUESAS FIGURAS DE KONKRETO
PESADA MAKINARIA DE HACER FIESTA FUNERARIA
EL PINGUINO SALTA SIN PODER VOLAR
UN TITIRITERO GRIS KORROE LOS DESTINOS DE LA LLUVIA


SE BUSKA UN ESPEJO KONVEXO DONDE APOYAR LA SILUETA DE ELEFANTE


ES VANO EL INTENTO DE SEGUIR MARCHANDO A PIE
LAS MUSAS SIN ROSTRO SE ENVUELVEN KON KRUELES SONRISAS
Y ELLA VESTÌA UN TRAJE BLANKO DE NOVIA INERTE.

miércoles, 23 de julio de 2008

SIN TITULO II



Desnuda. Un cigarro y un improbable poemario de Eielson ¿Nunca has deseado desaparecer? Distinta calle en destartalada nota de encuentro. Es la puerta donde te gritan. Donde saben tu nombre y esperas en silencio. La ciudad quieta con cielo plano. No hay estrellas.

Todos comemos gente. Nos alimentamos en un círculo.

Ahí están el corazón o los ojos de una estudiante de filosofía, o la piel clara de una enfermera o la indolente cabellera de una prostituta. Hasta la matriz de nuestras madres. Los inconexos amigos, los monigotes y las pinturas que se desvanecen en las sombras de los cuartos de estudiantes drogadictos.

En consecuencia, concreto es el vacilar de tus senos en la melancólica afirmación de nuestros propios actos fágicos.



Bienvenidos a la mesa de un parque céntrico. La lejana niña de ojos castaños que empieza a coger su primer bocado. El primer corazón rojo que indefectible no lo es.

domingo, 20 de julio de 2008

TOSCANO II


Dícese que esta enamorado

Toscano, sin uñas
sin gorra
simple:
Enamorado

Dícese que se llama Elizabeth

Toscano cuerdo
pies en tierra
hombre decente
a pantalón y corbata
simple:
profesor de arte
Enamorado

Dícese que la plaza perdió
A un dibujante urbano
de lunares.

A medianoche

Toscano enamorado
Y volando.

POEMAS INCONCLUSOS III




POEMA 1

Dicen que canta,
que es como un pájaro
que el agua imita
hasta volverse blanca
muerta.

POEMA 2

Niña pálida:
la nieve que le hurta
tristes colores

POEMA 3

Pequeño: tan reciente en la vida
como discurrir blanco, triste, que va
que esta yendo.
que desconoce de números,
de argumentos, oscuro
¿Has muerto?

la muerte de las entrañas de tu madre
de ojos de ocaso rojo
de mano de niño pobre que no halla monedas
de cuerpo de enfermo tiritante.

Has muerto la agonía anónima de tu madre:
la vida que llora un nuevo peregrino
condenado a desvanecerse




POEMA 4

Si no hubiera nacido poeta,
hubiera deseado nacer de mujer ramera,
y encontrar las lagrimas sinceras de tu sexo
¡Oh, puta que amo!


Palabras en francés,
cabello castaño hasta el hombro
Hermosa.
Se te reconoce por el tatuaje
en la espalda media y los gemidos fingidos
por ese tragar triste del semen.
!Oh, puta que amo!

Afirman que vales lo que pides
Cien dólares.
Y tan bella
cómo para no pensar
que eres ramera.


Luego me pregunto:
¿Cuándo el verdadero y gratuito gemido?
¿Cuándo el orgasmo decente? ¿Existe uno decente?
Debe existir.
Lo has soñado tantas veces
Como llanto
Bajar entre tus piernas,
Y luego adentrarse a tus entrañas
hasta querer estar muerta.

Después del sexo sin amor.

¿Quién sería yo para negártelo?
Yo que deseo las lágrimas sinceras de tu sexo
Yo quien te ama.

jueves, 10 de julio de 2008

MARIA



A Inés
ánimo...


Cuando cumplió veintitrés años y después de incontables cafés le pedí que nos casáramos. María me miró con la profundidad clara de sus ojos negros y me dijo que lo pensaría.

Febrero se llevaba las nubes del acantilado. Su cabello negro largo parecía llegar a lo insondable de la carretera; luego ella se quedaba quieta me susurraba al oído inconexas historias de animalitos de color pastel sobre ríos violáceos; después veía en su piel la prolongación tierna y posible de nuestros hijos. De pronto ¿el amor o el silencio?

La quería. Y ella deseaba a Ariadna y yo a Joaquín .Serían dos niños. Y tendríamos mascotas y los pequeños correrían detrás de ellos en los parques o en el patio de la casa. Ganaría lo suficiente, no nos faltaría nada. María lo sabía.

Pero tenía que pensarlo. Yo dentista y ella estudiante de filosofía, como en canciones cursis de pop; esperando luego de clases encontrar su sonrisa o su manía de mujer independiente, ir juntos al Mcdonals pedir lo de siempre y poner al lado de nuestras tristezas la más intima de las esperanzas. Intentar ser felices.

La lluvia caía. Semáforo en rojo. Dos muchachos se besaban a lo lejos.

¿El amor empezaba en mis ojos o en los de María? Qué rostro no es hermoso, a pesar de la falacia normativa de las proporciones. Nada es exacto. Cabello recogido, con la sutileza de una gorra, polo pequeño de niña, y sonrisa de veinte años. Ala de gaviota; así íbamos caminando.

Pronto encontré hermosas sus exageraciones, delicioso el puré o los tallarines rojos que a pesar de lo repetitivo tenían un aroma a María misma. Yo me enamoraba más cuando decía que lo había hecho con amor ¿Y otra vez el amor? Ella había tocado tanto la metafísica, en las publicaciones de las revistas especializadas, en las tesis, en las cátedras de epistemología o hermenéutica, que era difícil encontrarle cualquier muestra de simplicidad, pero a pesar de esto su inocencia era imperturbable: adorable como la imagen de la gata pequeña que siempre soñó ser. La dulzura inmutable, tal vez el ser mismo de un sistema sólo dable en mi mente torpe de cirujano dentista, pero muy tangible en la desnudez tranquila de María.

“Soy una gata ¿Me quieres?” “Te amo”. De nuevo el amor. La sin razón. Su inteligencia. María hermosa. Como llama triste ahogada en felinos gemidos de placer. El tiempo: veintitrés años, níveos en senos sensualista del siglo XIX: ilustración de color pastel, el pastel de su piel.

Nos casamos. Y todas las noches vi a María sobre nuestro techo acariciando su cabello. Y diciéndome amor con maullidos.

lunes, 23 de junio de 2008

¿NO ESTABA ENTERADO?




Haciendo un paréntesis a la línea de este blog personal; adjuntaré esta noticia que me ha tomado por sorpresa, el lanzamiento (al menos virtual) de la Revista de arte gráfico Perrokalato de la editorial Piel de Camaleón.

No hace mucho tiempo producto de varios descalabros en mi vida: Me botaron del partido, del círculo de epistemología, me declararon persona no grata en varias instituciones decentes, mi madre afirmaba que era un patán, las chicas que me querían dejaron de hacerlo y mis pacientes en la clínica empezaron a pedir cita con mi compañero del costado. Pues la desgracia me llevo a afiliarme a seres más infelices que yo, en una empresa: una revista. Granizolunar la conocí en su primer número con un editor extraño Paul Quispe y un caricaturista aún más esperpéntico Walter Alvarez Toscano.

La vida de estos seres se mueve en el ocio más artístico. Quispe a veces sube hasta la cornisa de la azotea del edificio en donde vive, somnoliento. En su sopor imagina que es un perro chusco que tiene plumas hasta en los pies: un pegaso canino, que salta por la acera lluviosa de un Trujillo que apenas sabe de seres tan mitológicos. Cuando despierta se da cuenta que ha olvidado tomar sus pastillas.

Alvarez Toscano vive enamorado, tal vez de una mujer o de cualquier ente con ojos y lunares que vea con ternura la prolongación exagerada de sus uñas. Vuela en la plaza, caricaturista de tiempo y a tiempo completo; usa una gorra que no se la saca ni para dormir, tal vez debajo proteja una calvicie temprana de sus treinta y pico años, yo en cambio prefiero creer que esconde un cuerno, explicación de su infantil figura y de su manía de creerse un caminante lunar o un poeta peregrino.

Yo carezco de tanta magia, infelicidad o presunción por el arte. Mis construcciones son más lógicas y mis manías más torpes. Me gusta ver gatos y niñas pequeñas, pálidas e inasibles, recordar amores que no tienen sentido porque al fin y al cabo defiendo mi soledad y mi misantropía con el mayor de los prejuicios.

No soy artista, soy el que consigo la plata; por eso no me avisan. Estos seres desaparecerían si se preocuparan por lo bursátil. Es cierto no hay mucho que aprender con las monedas. Pero les seré sincero, ahora si necesitamos dinero.






REVISTA DE ARTE GRÁFICO "PERROKALATO"

(Contiene fotografía, ilustraciones, caricaturas. arte digital, historietas, poemas ilustrados, y mucho más)

SALE EN JULIO. ¡¡¡ESPÉRALO!!!

(Dibujo de Portada: Walter Toscano
Diseño de Portad: Paul Quispe)
P.D.: ¡Se aceptan auspicos!

jueves, 19 de junio de 2008

SIN TITULO


¿Qué pasará cuando te encuentre de frente? Sabrás acaso sobre las veces que te he visto de lejos con uniforme, y el espanto que me causa encontrar en otra mujer tu cabello castaño ondulado o el aroma a cigarro de tus labios. No sabrás cuánta angustia. Pero sé que tendrás los ojos fijos de gata triste.

Te diré que deje la poesía por un puesto burocrático. Te presentaría a mi hija que tiene los ojos grandes como te dije que los tendría, que lleva el segundo nombre por ti y que no lo sabe mi mujer. Qué más agregaría, aún guardo el libro de Borges y el listón de tu cabello. Tu fotografía con girasoles y el poema que prometiste terminar. Preguntarás si aún voy solo a la playa; yo afirmaré que las gaviotas siguen cayendo con la alegría inevitable de la melancolía. Porque es cierto, la melancolía es la dicha de estar triste; eso decías.

Jugarás con mi niña, ella te dirá que conoce a un minotauro. Me mirarás extrañada con aquellos ojos de amor que siempre entendieron de sorpresas. Te invitará a que la acompañas a su cuarto. Mamá no está. Las muñecas, el vestido y los libros de cuentos anglosajones. Papá me los lee. Serán los mismos ojos de la princesa que se pierden entre las zarzas, el mismo viaje o la ineludible reminiscencia de mi cabeza sobre tu regazo.

Tú no tienes hijos. Sé que aún vives en el mismo cuarto por el centro de la ciudad; que compartes con los gatos la manía de desvanecerse por días o semanas. Has despertado en muchos lechos ¿Aún no encuentras descanso? A tu lado los cuerpos solo son fluidos blancos de certidumbre. Te ves desnuda y recuerdas la primera vez que me preguntaste si eras bonita. Un beso triste traspaso esa noche de agosto hasta clarear en el azul de los cuadros de tu habitación, una respuesta qué sencilla; siempre fue inefable.

Continúas escribiendo esas novelas con el mismo personaje, un profesor jubilado que se dedicaba a pintar; con el tiempo supe que tu padre murió joven y nunca hizo una exposición. Llenabas esos cuadernos escolares gigantescos con técnicas de narrativa anglosajona, yo bostezaba mientras acariciaba tu espalda con la intención de que notarás el realismo mágico de nuestra piel. Porque en aquellos días todo era nuestro, privativamente, hasta los parques y los mendigos a los que dabas de comer.

Puedes acariciarle el cabello, mi hija te mostrará sus pinturas de pajaritos en nidos, todos de colores claros; verás que es una niña feliz, tiene mucho de su madre. Al final me casé con esa compañera de la universidad de la que no estaba enamorado, pero seguía a todas partes. Alguna vez me dijiste que la conocías, que entendías; pero ¿qué entendías? Entonces no podía mas que afirmar el amor que te tengo, como la teoría de la relatividad o la ley gravitacional de Newton, compuse canciones, poemas cursis y demás aseveraciones, besé tu vientre y acaricié tus pies, contemple tus cuadros y dormí sobre tus senos; y dentro de la profundidad de tu cama me pregunté infinitesimalmente a quién más podría amar.

Es terrible, quieres a mi hija. Vendrás a jugar otro día. Tú afirmas con esa sonrisa infantil que se escapaba extrañamente a pesar de toda tu solemnidad intelectual. Pintaremos algo, que sea azul. Deberías llorar. Quisiera ver tus lágrimas; esas que escondiste detrás de la puerta del baño cuando te dije que me marcharía. Aquella vez no debió dolerte, total solo te amaba y nos acostábamos eventualmente o quizás también lo hacías, esa estúpida retórica de también querer al que nunca diste mayor importancia que unos tragos o la compañía de soledades mutuas.

Cuando te miro me veo a mi. La media luna de tu sonrisa, tus senos pequeños escondidos bajo tu uniforme, tu vientre llano fértil, tus caderas que desembocan en el llanto de un recién nacido que jamás se escuchará ¿Qué entendías? Tal vez el destino de nuestra incompatibilidad o mas bien mi naturaleza de hombre medio, casado, de familia, con trabajo y auto. Tú siempre serás la continuidad fatal de mi amor más puro. Lo incognoscible y lo hermoso; lo que nunca tendré porque lo verdaderamente bello te destruye, lo recuerdas eso siempre me decías.

Papá, ella es igual de bonita que mi mamá.



Nota: Mil disculpas este texto es irresponsable. Compuesto por aburrimiento lúdico y una lucha antidepresiva de la común lectura de Rulfo y las canciones de Serrat.



Una de mis canciones favoritas Lucía. Interpretada por Rosario Flores.


jueves, 8 de mayo de 2008

VUELO CELESTE



Azul sobre azul
hasta verde

Hubiera bastado con un Te amo. Un deslustrado e inconmensurable Te amo. Un Te amo para que ella no se fuera, para que tomara más café y se riese de la malas bromas y, aún más, de las peores anécdotas que yo contaba.

Siempre me habían gustado las muchachas de cabello largo y ojos grandes, locuaces y de gestos infantiles, de paseos largos por las calles céntricas y amantes de los peluches y los cachorros. De esas muchachas a las que sólo bastaba con quererlas: yendo al cine, llamándolas diariamente a su teléfono móvil, recordando aniversarios intemporales y hasta el cumpleaños de sus mascotas.

Para Irene, en cambio, las fechas eran triviales, la sistematización absurda de algo inaprensible: una rueda, la forma circular del tiempo, arrojada sobre los charcos dejados por la inesperada lluvia de septiembre o la escritura de aquellos poemas que ella nunca publicaría.

Sobre nuestro lecho de amantes nefelibatas, soñábamos con una niña celeste de enormes alas, que volaba cayendo; como los pequeños pájaros que nunca aprenden a volar y destrozan sus cráneos contra el pavimento; tal vez a pesar de todo esperábamos a esta imposible niña; para observarla transparente, cerúlea e inevitablemente muerta. En un beso o en los leves quejidos, donde su cadáver alegraría nuestra melancólica lujuria; como si traspasar nuestros cuerpos hubiese sido una despedida continua o una comunión inexplicable de nuestras soledades.

Irene no toleraba el amor, le espantaba el amor; afirmaba que era una pretensión absurda, que era más hermoso el atardecer en la playa o el nacimiento del fuego sobre la arena, como un milagro mitológico parido de la oscuridad, de las canciones gitanas que me susurraba al oído, del vuelo de los pájaros hacia la profundidad clara del mar o los pasos imperceptibles de gigantes encadenados.

Todo era una exageración y a la vez, inexorablemente, distinta al amor. Hasta la forma de su desaparición en una calle céntrica, en aquel parque, del que tanto me hablaba, de la retórica o de la ponzoñosa hermenéutica que relataba sobre el mármol de las estatuas renacentistas con la única certidumbre de la ausencia. Era la abominación de quererla dentro de un laberinto con incontables puertas abiertas, de hallar minotauros en la perfecta figura de los círculos.

Y es que lo olvidaba la niña celeste volaba cayendo, pero también en círculos... infinitamente.

lunes, 5 de mayo de 2008

POEMAS INCONCLUSOS II


POEMA 1

Acepta,
dama de gélidas entrañas,
el pedido, del amante poeta,
del caminante lunar.

Del níveo nevo que se resbala de tu mejilla
al melancólico bulto de tu corazón.


POEMA 2

¿Te has quedado dormida,
niña castaña?
Que quiero sin el rumor de las olas
o el canto de la enamorada alondra.

¿Has decidido no verme?
Tú a quién no podré querer
y sin embargo amo.

¿Has olvidado bajo el triste ondular
de tus cabellos
el sonido de la verdad silente?

Luego
el tiempo de tus ojos contra el caer de la lluvia,
hasta que las lágrimas del
no querer resbalen
hasta que se hallen dormidas.


POEMA 3

Si contaras a las mujeres
que me han querido,
tendrías que ir al campo santo,
a preguntarles por mi silencio,
a decirles si entre sus senos
encuentran mis ojos tristes.


POEMA 4

Y el muchacho al verla,
bifurcó sus brazos de pájaro
y se dejo caer
en la profundidad clara
del mar.

sábado, 5 de abril de 2008

LA PELEA QUE NUNCA PERDÍ


El salón de quinto C de primaria de la G.U.E. tenía 45 alumnos, inquietos y vivaces. No podríamos afirmar qué era lo mejor para estos niños, si el recreo o las dos horas semanales de Educación Física. El profesor solía llegar borracho al salón de clases, y a veces faltaba por largo tiempo.

Por supuesto el quinto C era la peor sección, allí estaban aglomerados los futuros pirañas, pastrulos y los próximos delincuentes juveniles que perturbarían a la secundaría sanchezcarrionista. Yo estaba allí –y no por ser una promesa de lacra –sino por un reto casual de mensurable importancia. Podría, entonces mantener mi conducta y no corromperme o transfigurarme y ser escoria estúpida; eso tenía que responderlo yo.

Como todo niño vivía sumergido en mi subconsciente; trataba de pelearme con los muchachos más grandes, para lo cual tenía que recorrer el patio del segundo piso hasta los salones de sexto, y especialmente el C, donde estaba el siniestro Milton. Era jueves, lo recuerdo bien. Vi cómo el obeso Aznarán –disparado de su salón de quinto B– corría con dificultad al patio. Era el primero en llegar al Kiosco, nunca le hablé como a los otros, pero me sorprendía su voracidad. Lo vi comer atragantándose dos papas rellenas, justo en el momento en que me abría paso entre los malandrines del sexto para buscar la cara amenazadora de Milton.

Alguien dijo: “Milton, allí está el chibolo que te quería gomear en el salón de quinto”, otro agregó: “creo que ha venido por su cataneada”; y el más pequeño de ellos le propuso: “rómpele la cara, Miltón”. Yo lanzaría el primer golpe y él lo esquivaría. Cuba, como siempre, con su figura famélica y truculenta, nos miraría como un ave de rapiña desde la puerta del quinto A. Pensaría “Le van a sacar la mierda al zanahoria de Vargas”. Pero no hice nada; la bruma del sueño me había derrotado. El timbre del recreo aún no sonaba y el profesor, ebrio, se había quedado dormido sobre el pupitre.

Por fin, el timbre sonó y salí disparado. El gordo Aznarán dijo algo incomprensible mientras yo subía la escalera. Encontré a Milton recostado sobre el dintel del sexto C; mis puños se iban cerrando. No recuerdo si hacía frío o calor, pero la sangre me bullía rabiosa, colérica, por las afrentas recibidas. Era brigadier y el colorado de Milton me había humillado en mi propia aula, delante de Taucet, de Rodríguez, de los Lescano y de Ruiz, lo más malandros de todos. Me tenían cólera desde que había roto mi bastón de brigadier en las costillas de Suejiro, uno de sus compinches.

Debía golpearlo, intentarlo al menos, para eso tenía talla, cuerpo, y la fuerza suficiente. Faltaban unos cuantos metros para llegar a Miltón. De pronto, un muchacho pálido y enclenque se atravesó en mi camino y supuse que de ese modo quería protegerlo. Traté de intimidarlo con una mirada amenazadora que lo cohibió un poco, aunque por un breve instante. No se había dado cuenta de mis intenciones, por lo que sólo atinó a verme con ojos de amistad, que me dejaron perplejo. Trujillo me tocó el hombro y me dijo: “Es mi primo, se llama Jorge Miñano y recién lo han cambiado de colegio”. Volteé la mirada y vi la figura de Cuba, triste como ave carroñera sin su presa. Milton ya se había ido y Miñano se perdía en el patio bullicioso y entre los muchachos que atiborraban el kiosco de la G.U.E.


Nota: Texto escrito en el año 2002.

viernes, 4 de abril de 2008

POEMAS INCONCLUSOS


POEMA 1


No pediré nada,
ni tu sonrisa engalanada
ni tus ojos olvidados en el microbús
Nada asiré entre mis dedos deshilachados
que te cantan versos no escritos.
Ni la poesía podrá pedir
tus pasos incontados,
sin dirección alguna:
desdicha de niña pálida,
de niña azul,
de tanto cielo nunca visto.



POEMA 2


Ojalá crezca pronto mi muela,
Que ascienda sobre mi encía
Terráquea y ósea.
Que alce sus blancos brazos
en esa mordida perfecta
exánime
esperante de ti
mi muela ausente.



POEMA 3


¿Podría esta noche la luna ser esbelta
no redonda, abandonar su palidez,
y ser oscura como tu nombre?

Entonces cantaría versos
De lánguidas sílabas
que me recuerden tus caderas,
la línea de tus senos:
ruta extraviada entre boletos perdidos
¿ Podrías tú al menos
ser perfecta, ser oscura no redonda?



POEMA 4


que habito ignoto,
desprovisto de nombre,
dentro de ti, de esas blancas manos
de niña
que no saben de amor, pero sí de los juegos.
Entonces, tientas a no quererme,
silente,
con los ojos abiertos, ciegos,
en media tarde.
Juegas, muchacha pálida,
de pies pequeños,
a la ronda de no verme.

miércoles, 19 de marzo de 2008

ANONIMO


No tomé el microbús. Es inevitable e innegable el dinamismo de la realidad, pero, a veces, está allí: estática. Dicen que los árboles de esta ciudad se retuercen por las penas. Afligido, mi discurso solipcista concluye en el diáfano trazo de su rostro, línea clara de arbusto caído sobre la acera.

Hace varios años me aterraba su ubicuidad, esa travesura a la que estaba acostumbrada, aparecía como gata pequeña y se desvanecía como sombras. Aún las ancianas del barrio, donde vivió, cuentan a los niños historias de maullidos y espantos.

Fui aceptando su desaparición con los alegatos persuasivos del aguardiente, las lecturas prosaicas y la indolencia de la música clásica. Inicié el deletéreo ritual de la contemplación y la soledad: observaba a través de la ventana como las niñas se arreglaban el cabello y se parecían a ella. Una beca del extranjero me apartó, definitivamente, del laberinto que se bifurcaba entre sus ojos castaños.

El cuarto universitario extranjero espantó mis recuerdos. Los bares y las muchachas que mascullaban a medias el español y encontraban interesante mi melancolía reemplazaron su figura por la más fina de las concupiscencias. Terminé enredándome con algunas, hasta les dije en su lengua nativa que las quería, pero en la profundidad del sueño su ubicuidad aún era irrevocable.

Cuando regresé, la ciudad parecía no haber cambiado. Conversé con los niños que jugaban en el parque. No recordaban a la muchacha que le recogía sus balones o les regalaba caramelos. Aterrados llamaban, desesperadamente, a sus madres. No eran los mismos niños.

No tengo certeza sobre el número de veces que fuimos al parque. Siempre yo caminaba delante, contando historias tontas, hasta que ella me abrazaba y pedía sentarnos en alguna banca. La quería aún más, cuando me explicaba su teoría sobre el origen de los insectos o la filología de la literatura fantástica inglesa. No sabía nada, pero me trataba de convencer. Y yo quería dejarme convencer.

Fue inevitable que la dejará de llamar. Aquella noche, lejana de septiembre, estaba boca abajo sobre su cama. Me dijo que no escribiera, que la besara. Pero a los veinte no podía dejar de escribir. “Tu cuerpo podría ser un poema – le dije.” “Por favor, tómalo – replicó ella.” El amor más ideal no me lo permitía. El silencio me traicionó. Cerré la puerta, lentamente, con la única certeza de que la había perdido para siempre.

He tomado el microbús. Un muchacho delgado canta las baladas cursis que a ella le gustaban. Le he dado una propina. A mi lado se sienta sollozando un adolescente, me pregunta: “¿Señor, por qué es más larga la pena que el amor?” Respondo: “El amor, por lo general, es un animal fantástico que habita en alguna mente, pero no en dos”.



The Fourth Cafe Avenue, la letra de la canción resume muchos de mis sentimiento que me acompañan en las caminatas solitarias. Hasta el asceta no se encuentra totalmente solo, siempre hay alguien que se acuerda de él y este siempre piensa en alguien.


sábado, 8 de marzo de 2008

A LA PLAYA CON DAPHNE


A Dafne

Lo poco rescatable de ser un papanatas sin pareja ni afán por alguna señorita de valía, son las comidas solitarias fuera y los paseos misantrópicos y económicos en microbús. Pero, debido a un raro ataque de optimismo quise deshacerme de ésta forma de vida asceta. En consecuencia, invité indiscriminadamente a un paseo contemplativo por la playa, casi metafísico, a media docena de muchachas encantadoras y muy tolerantes, claro que a cada una por separado. Como siempre he llamado por teléfono a las personas equivocadas y en el peor de los momentos, ésta vez tampoco fue la excepción. Terminé perdiéndome y preguntando a los sujetos más extraños donde podía tomar el microbús para la playa, e inevitablemente como deben suponer solo. Mi mochila, mi MP3 y yo.

Luego de dos horas pude colgarme de un microbús y enrumbar a Huanchaco. Parado empecé a cavilar sobre las pocas veces que había ido al balneario en los últimos años. Cuando era pequeño, el mar era un lugar tan común como la cocina de la casa o el patio trasero donde enterraba insectos y las cosas más impensadas a escondidas de mi madre. Tan común como jugar con Daphne.

Y fatalmente encontré su nombre pintarrajeado en uno de los asientos maltrechos del microbús. Pensé en Daphne mientras el mar desde la ventana se hacía inmenso e inasequible. “¿Quieres que te preste mi triciclo? Tráeme un cangrejo. Sí, Jona un cangrejo… un muy muy, no. No, Jona… porque me asustan”. Y arriesgaba la vida como todo buen rapaz de seis años entre las rocas en busca del crustáceo más colorido para Daphne. El mundo parecía terminar en la playa, en un abrazo acuoso sobre la arena, sin ningún cangrejo. En el tierno beso de Daphne sobre mi mejilla.

El balneario no había cambiado, tan hermoso y a la vez tan impersonal, pero el mar me recuerda a Daphne a los helados que comíamos juntos y que se derretían entre nuestras manos. Eso me espanta. Y no pensé terminar sentado sobre las rocas, buscando cangrejos, dejando a los muy muyes y encontrando a Daphne en cada pequeña niña descalza sobre la arena.

Y determiné esperar que el mar me tragase, que tal vez en el fondo encontrara a Daphne, pero no podía ser tremendista, ella estaba tan cotidianamente como en el directorio de mi teléfono móvil. No llamada hace varios años. Es imposible que recuerde los cangrejos o los días de playa, pues casada tiene un hijo, al que sé, le cuenta otro tipo de historias.

Tercer ending de Full Metal Alchemist que también me recuerda a Dafne.

jueves, 21 de febrero de 2008

GARO GIGOLO


Garo ingresó a la habitación. Una luz tenue alumbraba frágilmente la escena. Ella estaba sentada, con las piernas desnudas sobre un mueblecillo dorado. Su belleza lo impactó a tal punto que él dejó de sentir su cuerpo, sistema límbico incluido. Ella lo miró y casi susurrando le dijo: "¿Que estas esperando?” Casi al instante Garo se le acercó. Era una mujer rubia y de mirada fulgurante, de senos grandes, caderas anchas cual silueta de guitarra. Su línea esternal, bien definida, te llevaba la vista hacia su zona más recóndita, ahí donde no llega la luz del crepúsculo. Garo se desvistió rápidamente e inclinó la cabeza hacia su vagina. Empezó a lamer con fuerza, excitándola hasta el cansancio, haciéndola rebozar de placer.

Pasados unos largos minutos de excelsas sensaciones, la mujer se puso de pié y se tendió en la cama. Garo admiró su belleza, la fineza de sus formas, la beldad de su cuerpo. Ella abrió las piernas y le mostró el camino hacia la consumación de la felicidad. El tipo, sin pensarlo dos veces, se acercó lentamente, e introdujo con fuerza su miembro en esa matriz de irreflexiones y pasiones mordaces. Él se movía con destreza, conocía su negocio. Ella gozaba arrebatada de los sueños y la imaginación procaz. Era real, y estaba feliz.

Luego, la mujer se levantó y cogió el pene de Garo como si fuera un trofeo de guerra. Lo agitaba con fuerza, velozmente, conocía el regalo que le esperaba. El hombre soltaba exhalaciones al vacío, empezó a recordar cuando ella, el amor de su vida, le repartía iguales –o mejores- caricias; y ahora, viendo el rostro de su cliente, trataba de pensar que quien lo masturbaba era la verdadera mujer que lo inspiraba en sus intentos de escritor.

La sesión duró alrededor de cuatro horas. Garo cobró sus honorarios y se despidió dándole la mano, haciendo gala de un atisbo de elegancia. A punto de salir de la mansión, a la altura de la puerta, la dama se dirigió a el:

- Tengo algo que pedirte.
- ¿Es urgente? – le replicó éste, algo contrariado.
- Acompáñame mañana a la playa y pasemos la tarde juntos. Estaremos en mi casa, veremos el atardecer, y me encantaría que me acompañes.
- Pasaré por ti a las 3:30 pm – finalizó Garo.

Al día siguiente, Garo llegó al tiempo pactado. Su puntualidad hacía mérito de la perfección de su trabajo. Llegaron al balneario en media hora. El Ferrari que iba conduciendo era muy veloz, y a él le gustaba ser raudo en la carretera, le hacía recordar a Natalia sobre la parte superior del asiento sintiendo el viento golpearle cada centímetro de su cuerpo, el aire adhiriendo su polo hacia sus suaves pechos, dejando notar la fineza de sus erectos pezones. Garo llevaba puestos los audífonos de su IPod y no prestaba mucha atención a las palabras de su acompañante. El desgano hacía presa de su humanidad, tenía ganas de dormir, de tomarse un baño y descansar. Odiaba el hecho de saber que después tendría que satisfacer los goces carnales de su cliente.

- Por fin se quedó dormida – exhaló Garo.

El atardecer, solitario e infinito, había pasado sin dejar un rastro de solemnidad. Y no lo pudo disfrutar, como otras veces, solo agachar la cabeza y resignarse al gozoso placer de la lujuria comprada, ínfimos billetes. Otra vez estuvo sin ella, su Natalia, su adoración. Otra vez vio llorar a la luna y enjuagarse las lágrimas con sus retazos de agonía. Otra vez maldijo su trabajo y su existencia en este mundo.

Por favor, no te levantes. Sigues hermosa y yo contemplándote, hecho un bobo. ¿Sientes mis latidos? Mi pecho va a explotar. ¿Veremos nuevamente el atardecer? Siempre que tu amor lo permita.

Nota: Texto de Vit, el denominado la cuarta espada del chonguerismo. Creo, generado por las deletéreas conversaciones con mi persona. Esto al parecer es otra muestra de sus lisonjas. Un sincero saludo Vit. Gracias por el texto.

martes, 19 de febrero de 2008

LA LOCA Y LA TORTUGA


No sé si lo recuerdas Juan Namoc a la tortuga, pues... se casó con una loca que le decían la jitomata, y sabes le cosía todas las noches en el caparazón paños y paños. Treinta y dos paños en el caparazón de la tortuga.

En verdad Juan Namoc debes acordarte porque estudiaba con nosotros. Luego, solito se fue acostumbrando a los hilos y los paños y a la cara redonda y rosada de su mujer. Hasta escondía la cabeza dentro de su caparazón y la loca saltaba alrededor colocando los paños. Treinta y dos, dijo, como las pelotas con las que jugaban sus hijos.

viernes, 15 de febrero de 2008

ESPERA

A Marisol,
por su vigésimo tercer cumpleaños.


La misma canción en el reproductor portátil.Ella tiene dieciocho. She will be loved / She will be loved. Suele sonreír. La lluvia lenta y pausada de septiembre. He optado por caminar. El olor del adobe mojado similar al aroma de su cabello: terráqueo e íngrimo.

Ella se cubría el rostro con las manos. Yo la observaba extremadamente blanca, enceguecedora, como estatua renacentista. Su vientre, brumoso, como mar de madrugada subía y bajaba hasta enredarse entre mis manos, espantosamente oscuras. I don´t mind spending everday/ Out on your corner in the pouring rain /Look for the girl with the broken smile.

En pocos minutos me susurró toda su vida, repleta de contradicciones: comunes, como la de cualquier otra. Pero, extrañamente, ese conjunto de historias repetitivas, al parecer sacadas de baladas y series de televisión cursis me parecieron hermosas. Yo, cinco años mayor, tomé sus pálidas manos, acaricié su cabello y en un momento fatal e impensado su boca estaba dentro de la mía, con el hambre de una soledad prolongada por días de lluvia. Siempre supe que no me amaba.

¿Cuántas historias le había contado? Y todas sin final. Ella tenía que marcharse. La niña que acariciaba a los perros callejeros y abusaba de las sonrisas pueriles, esa que yo no miraría más atravesar la calle o jugar con los charcos dejados por la lluvia. Todo carente de forma y de fondo, la acera: una mancha castaña extendida hacia la insondable línea de su espalda. I don´t mind spending everyday/ Out on your corner in the pouring rain/ Look for the girl with the broken smile Ask her if she wants to stay awhile. Y decidí esperar.

Septiembre. Cae la lluvia. Please don´t / try so hard to say goobye/ Please don´t try so hard to say goobye. El reproductor. La acuosa calle que se expande bajo mis pies. Castaña calle. Espantosa. Inexorables cinco años. Try so hard to say goobye/ Try so hard to say goodbye.

La espera que nunca finalicé.


viernes, 8 de febrero de 2008

DESPEDIDA


MC, tú lo entenderás

Puedes oír niña
Esta triste melodía
Yerta, desconocida,
Abandonada en tu sonrisa
Desesperada por tu partida
Ahogada en esta agonía
Tienta el seguir llamándote
Como bestia herida
Opacada por el llanto
Y la melancolía
Ya sin razón, desconsolado
Abatido, el corazón se abre
Para ser tristemente abatido
Por esta larga despedida
Adiós eterno,
Amor mío.



Nota: Poema realizado con la víscera, acompañando a Thanatozs, cuando uno esta herido la métrica, la rima y el ritmo no tienen importancia, apoyo este caso particular de Thanatozs.

sábado, 12 de enero de 2008

EL PEZ AZUL


A ella.
Agradecimiento a Carmen.

Él la esperó en el Caffé. Ella adora el café. La propuesta exacta, el vuelo acuoso de los peces azules en el acuario, los automóviles inmóviles, la sonata en el decimocuarto minuto. No llegaba. Él había escrito su mejor poema, aquel que nunca mostraría a sus editores, inexistente, jamás escrito, ya que sólo fue para ella. Ausente el otro lugar de su mesa. Una hora o dos. Las campanas de la catedral anunciaban la medianoche. Ella nunca llegó. ¿Cuántos años? Uno, dos, cinco. Luego, su rostro. Simplemente aquellos poemas que nunca le escribió.

Afuera, inexorable oscuridad que se extendía desvaneciéndolo todo. Alguna vez le dijo que nunca lo olvidaría, que no podría, que la abrazara. Y la abrazó con esa forma que se hace a los veinte años, extrañamente sincera, sin promesas, sin esperar nada, sólo sostenida por la inconsistencia de las palabras. De las efímeras palabras. Y dejó de escribir ya que los signos eran incapaces, impotentes de cualquier construcción léxica, silogismo o argumento lógico de explicación sobre lo inefable.

Y fue feliz. Y pudo decirle que la amaba, como en los cuentos que escribía cuando adolescente, donde sus amadas eran pálidas y tímidas y se marchaban. Ella en cambio se quedó. No podría recordar por cuánto, ni siquiera la calle donde vivía, ni cuál era el número o la dirección postal. Todo había sido transformado por cuatro décadas de ausencias e inevitables viajes literarios. Pero ella dijo que volvería, que regresaría a su ciudad, a la ciudad de ambos. Tal vez sólo quedaba la promesa de tomar café. En ese salón donde podrían observar a los peces volar en cielo acuoso, encontrar el pez azul, exacto, ese animal precioso que era desconocido para la ictiología pero muy dable en sus versos, en los versos de ella. Pues él dejo de escribir poesía. Aunque ahora tenía un poema. Su mejor poema.

Y ella nunca llegará, no leerá el poema, se diluirá. Pues la poesía era sólo un pretexto para olvidar. Para dejar de amar. Como ella a él. Y él a ella. Y se preguntarán ambos: ¿Dónde está el pez azul? Recordarán sus rostros y sólo podrán verse dentro de sus cabezas, los dos con aletas azules, exactas e intangibles.

Video de Yundi Li interpretando "La campanella".

martes, 8 de enero de 2008

MELODIA DE SOLEDAD


La melodía era bella. Habían pasado cuatro meses desde la primera vez que la vio. Los dulces golpes de las cuerdas dejaban sentir una música casi celestial. Su cadera parecía la prolongación de una guitarra, un canto de querubines, de ojos pardos oscuros y piel blanca.

Las inspiradas notas invitaban a pensar en la perfección de su cuerpo. En su rostro se dibuja una sonrisa al tiempo que la tenue luz del cuarto dejaba ver sus zonas más recónditas. Ahora se miran y recuerdan sus tardes caminando por el malecón. Él recuerda cuando su cabeza se recostaba sobre su hombro y la fantasía llegaba a su máximo punto de placer.

Su padre le había ordenado, sin derecho a replica, que abandonara el conservatorio. “La guitarra es un instrumento de vagos y trovistas sin beneficio” – le dijo. Franz aceptaba su condición de vago y holgazán, pero poco importaba si lo ojos oscuros de Constanze le observaban tocando la guitarra; ¿Era el mundo, a caso, una evocación armónica fluyendo en las manos de ella junto a las suyas? El padre de Franz, un tipo chapado a la antigua y disciplinado hasta no más, creía que el amor y los sueños debían dejarse de lado si uno quería ser exitoso en la vida. Constanze era el concepto de sus sueños más febriles, de sus tardes de cigarros, de piso frio y sollozos inusuales. Era su musa, un ángel gótico que descendía con sus enormes alas sobre su infernal vida: la vida – que él consideraba- desgarrada por su tradicional familia. “Franz cada vez tocas mejor. ¿Algún día compondrás?” “Te dedicaré todas mis canciones” “Eres un tonto. Solo me bastaría que te acuerdes alguna vez de mi”. Cómo él podría olvidarla. Incluso, la idea de fugarse se le pasó por la mente, sin embargo pensó que sería un acto cobarde. Su áspero padre quería que sea médico, como todos en su larga hilera familiar. Sin duda le aterraba la idea de aparentar en el futuro una personalidad falsa, mas su tristeza sólo podía ser aliviada con las palabras de Constanze por teléfono. “¿Qué harás ahora, me preocupas, sabes?” “Gracias, pero no lo sé, no tengo ni la menor idea de que hacer” “¿Y las canciones que prometiste escribir?” Silencio. “Ahora mi vida es una canción, vulgar y salvaje, donde solo se oye el llanto de un niño y el gruñido de fieras insaciables que desean liberarse de las ataduras que las sostienen” “Déjate de poesía, tontito, ah, creo que iré pronto para Trujillo” “Genial”.

La universidad empezaría dentro de dos semanas. La familia de Franz realizaba grandes preparativos para la tan esperada imposición de mandiles. Los tíos, primos, sobrinos médicos o estudiantes de medicina, toda la familia, se reunirían para conmemorar el ingreso del pequeño Franz “músico” a la correcta vida médica. Pensaba en Constanze a pesar que cada dos horas le enviaba un mensaje de texto a su teléfono móvil, mensaje tras mensaje, escribiéndose tonterías, tratando de apaciguar su aburrimiento por un lado, pero por otro, queriéndose con las palabras, sintiendo ese cariño indirecto que sólo te brinda el messenger o los mensajes de texto. Mensaje nuevo. Era el enésimo. “Llego a Trujillo este viernes”. Hoy es lunes –pensó Franz. Casualmente, el viernes era la imposición de mandiles. “Espero verte, me alegrarías mucho, te llamaré cuando llegue”. Emoción. Deseaba gritar la noticia con todas sus fuerzas, de pronto necesitaba una guitarra para cantar algo tierno, algo que termine de llenar su felicidad. Constanze llegaba a la ciudad y quería verlo a pesar del tiempo transcurrido. La alegría sólo fue interrumpida por las llamadas de su padre para que el sastre le tome las medidas de su nuevo guardapolvo.

El viernes comenzaría con bullicio. La familia se preparaba para la ceremonia, todos lucirían sus mejores trajes. Sonó un celular. “Estoy en casa”. Silencio cargado de asombro. Una suerte de sudor frio recorría cada centímetro de su cuerpo. “Que haces, porque no me hablas” “Hola, es que ando ocupado, que tal”. Su voz sonaba entrecortada y exasperante. “Bueno, prometiste que nos veríamos hoy, ¿no?”. Otro silencio al auricular. Franz quería verla de todas formas, aunque eso implicara faltar a la tan ansiada ceremonia. “Si no vienes no te atrevas a venir después”. Su voz sonaba como cuando alguien te obliga algo, medio en broma y medio en serio. Y el la amaba más. Cada silencio, cada palabra, cada entonación era un aura de alegría. Y salió raudo de la casa.

Pasaron quince minutos, para Franz dos largos días dentro de la congestión vehicular, la sonrisa mordaz y aterradora de los semáforos en rojo, la aparente lentitud de la avenida y las quince cuadras que lo separaban de Constanze: De su Constanze que le pedía llegar. “Llegaste, tontito”. Silencio. El tiempo pareció regresar de un insospechado callejón, de una larga distancia anónima para posarse sobre el pecho de Constanze, sobre ese pecho oscuro y pálido, a respirar. “Sí, te lo había prometido”. “Tontolín, deberías estar en tu imposición de mandiles”. Conspiraban entre si, sonriéndose lentamente. “Me siento mil veces mejor aquí que en la universidad, además, detesto a mi abuela, y ella me iba a poner el mandil, así que todo está perfecto”. Se miraron, ambos miraban al cielo, al jardín. “¿Recuerdas cuando caíste del balcón y lloré a mares?, fui a verte y te habías hecho el muerto” “Y…” “Y tenías en tu mano un girasol, y me lo diste y luego te di una patada”. Risas. Eran felices recordando, hablaban con premura, como si el tiempo se pudiera detener en algún instante. El tiempo, que a Franz siempre le sobraba, y que ahora suplicaba se prolongase. Y caminaron juntos por los parques y avenidas, y se conocieron una y otra vez, queriéndose entre la solemnidad del silencio. No eran necesarias las palabras, el amor es irremediablemente silente. Y sentados en una banca sus labios se encontraron, delicados los de ella, ásperos los de el. “Te quiero” “Yo te quiero más” “Abrázame tontito”, un te amo para la eternidad. “Me gustas, siempre me gustaste” “No tienes idea de mi inspiración” “uhm, ¿Neruda? ¿Una chica?” “Una chica, de bucles inciertos y mirada fugaz, de risa cantarina, de labios de seda, de tardes por el malecón y mañanas recogiendo girasoles, de mojar los pies en el mar y recoger caracoles que luego pintaríamos con nuestros nombres para intercambiarlos” “¿Aún guardas el mío?” “Sólo porque te amo”.

Sus bocas se entrelazaron, se buscaron ciegas, guiadas por una música imperceptible de suspiros. Hasta descender sobre la cama, la de ella, llena de girasoles. Flores expectantes. En las paredes, guitarras colgadas, las de él, y sobre el lecho la comunión extensa de ambos cuerpos que empezaban a fundirse. El girasol tocó la guitarra hasta desaparecer en un aroma de sonidos, como desaparecen a la distancia los pétalos al viento.

Y Franz no regresó a casa. Apagó su celular desde que vio a Constanze y decidió pasar con ella una semana por demás espectacular. Por el dinero no hubo problemas ya que Constanze se encargaba de sus gastos. Era domingo por la tarde, mojaban sus pies a la orilla del mar mientras ella le dedicaba canciones de amor y él versos sublimes desde lo más profundo de su alma que se perdían con la fría brisa y el canto de las gaviotas a lo lejos. El amor crecía a cada instante, a cada minuto mientras se volvía obsesivo, desesperante. Terminaron el día junto al calor de una fogata. Franz, apelando a su acreditado verbo, consiguió que le presten una guitarra para cantarle a Constanze sus versos prometidos, sus canciones escondidas en el baúl, empolvadas de ternura y sentimientos reprimidos. Dulces melodías. Ella le acariciaba sus cabellos, besaba la coronilla de su cabeza, lo abrazaba con dulzura y al ritmo de un sonoro “te amo” le apretaba las manos con fuerza, como temiendo que algún día se pudiesen separar. Pero fue Constanze la que se alejó. Viernes por la mañana. Franz había dormido en casa de su mejor amigo, no había vuelto a la suya desde que fugó por su amada. Toca el timbre. Silencio expectante. Y no aparecía.

Constanze no respondía a las llamadas. En su casa afirmaban que había viajado de urgencia. ¿A dónde? Franz iría hasta al fin del mundo, incluso lucharía con gorgonas y estaría dispuesto a hacer trato con arpías y grifos, con tal de volverla a ver. Nada importaba, ni el sonido de la guitarra ni los desesperados ruegos de su familia para que volviera. Sin embargo, Constanze parecía haberse desvanecido junto con los sonidos de su guitarra. Y fue entonces que de tanto preguntar por ella a sus viejas amistades, sin obtener ninguna respuesta, regresó a casa aturdido y melancólico, entre el llanto de su madre que en vez de alegrarlo, destruía más su aprisionado corazón.

Después de oír un tremendo sermón de su padre le informaron que un extraño paquete había llegado para él. “Está en tu cuarto” –le dijo su hermana menor. El paquete, de forma rectangular y forrado con un periódico viejo, lo esperaba sobre su mesa de noche. No tenía remitente, solo destinatario, solo un garabato que a las justas podía distinguirse como “Franz”. Empezó a abrirlo mientras una leve taquicardia invadía su torso. Era una caja larga y poco ancha, con una tapa encima, de color blanco y arrugada por sus seis lados. Al sacar la tapa sintió que su corazón latía con más fuerza, sus lágrimas comenzaron a discurrir por sus mejillas, lágrimas de amor, de redención. Sacó de la caja un hermoso girasol, con sus pétalos intactos, su aroma aún perceptible y el recuerdo del jardín de su musa: De la floreciente musa dentro de su mente. Luego divisó dos caracoles pintados, uno amarillo y otro rosado, cada uno grabado con la inscripción “Franz y Constance”, el golpe de las olas llenaba su audición cargada de hermosas melodías de guitarra, sentía el olor de la brisa y el canto de las gaviotas, los pies de Constanze pisando los suyos y un abrazo fraterno frente al sol poniente que esperaba jamás se oculte. Un papel en varios dobleces finalizaba el contenido de la caja, al verlo Franz cayó arrodillado al suelo mientras llenaba la alfombra de gruesas lágrimas, su cuerpo se desvanecía leyendo el escrito, su alma se partía en pedazos con cada palabra, con cada sinsentido…

Querido Franz:
He decidido regresar. No preguntes como, ni cuando, tampoco me llames y no trates de encontrarme porque ahora debo estar muy lejos de la ciudad, quizás en otro país. Me fui porque esto no podía continuar. Te quiero muchísimo, y nunca querré a otro como te quise a ti, nunca me entregaré a otro hombre como lo hice contigo, pero así las cosas debían suceder. No quiero ser una distracción y que mucho menos arruines tu vida por mí, tienes todo por delante y solo espero que triunfes y encuentres la felicidad.
Continua la carrera de medicina, te lo pido por favor, por todo el amor que aún siento por ti.
Te quiero, nunca te olvidaré.
Constanze G.

Al terminar de leer la misiva, su cuerpo se encontraba tendido en el piso, se sentía frágil, débil en demasía. Lloraba con tanta fuerza y gritaba por todos lados que terminaban por matarlo de a pocos. No entendía el porque ni el como. Se lo preguntaba mil veces, una y otra vez, y no lo entendía. Odió su vida, odió su infelicidad, odió la decisión de Constanze mientras sentía el lento desgarrar de su corazón…
Ocho meses después…

“¡Que te vaya bien hijo!” “Gracias papá, así será”. Habían pasado ocho meses desde su separación con Constanze. Fue internado en una clínica local, visitó psicólogos y estuvo en reposo durante cuatro meses. Al final logró recuperarse a costa del semestre perdido en la universidad. Aceptó la idea de que debía estudiar medicina, había dejado de tocar guitarra (sin siquiera oponerse), había dejado de escribir canciones y poemas en la oscuridad. El fantasma de Constanze ya no lo acechaba, o al menos, eso creía él. Esa mañana Franz caminaba hacia la facultad, a una de sus dificilísimas clases de las cuales su padre se sentía orgulloso. En el camino se detuvo a mirar un jardín de girasoles, y sin entenderlo bien, siguió su camino llorando al compás de sus silentes pasos.


Nota: Este texto es en gran parte trabajo de Vit M.D. con algunas líneas mías. En benéplacito del romaticismo de los girasoles y la guitarra.