lunes, 12 de febrero de 2007


Viajar rumbo a Chiclayo con un cuento de Cortazar; observando una película en el autobus. La tarde despide con cansancio el día, mientras cae el sol circularmente perfecto sobre el horizonte. Era equilibrado, cómodo y hasta sincronizado... un taxi conocido de un par de viajes anteriores y las estrechas calles de chiclayo que recuerdan a pasajes cretenses que se entrecruzan extraordinariamente lúdicos bajo el ojo desconocedor del novicio viajante. Es cosa de alargar un poco el tiempo sobre el inmenso y casi monstruoso centro comercial; evadir la espacialidad total de calles arenosas y el abuso del mototaxi para contemplar el intercambio comercial gigantesco a la proporcionalidad del chiclayo caluroso que ofrece extremo trabajo de las glándulas sudorípadas y la curiosidad de su acequía que intenta ser el río que lleva la inspiración de sus musas.
Los mendigos descansan del calor debajo de los pies de las cariatides; en la torpe pero no por eso menos bella imitación de la acropolis griega. Los mototaxis completan esta adquisición de influjo selvático. Saliendo por el arenal y el sol de mediodia hacia Pimentel que alza los brazos dendrificos de su muelle para la adquisición de una pintura impresionista de su ocaso.
Chiclayo prehispanico arena y carretera industrial hacia Lambayaque donde el señor reposa... las metaforas pueden ser abusadas ya que la belleza del lugar afirma el sentimiento de pertenecía; chupando un par de marcianos de lúcuma y tomando fotografías. Hermosas mujeres combinaciones de arcilla precolombina, totems selváticos, y la voluptuosidad que puedo encontrar en un escote generoso o de la dulzura de algunas sonrisas.

1 comentario:

L. M. Armas dijo...

ya que no tienes ningun comentario en tu blog, te diré que me siento agradecido por tus "brillantes" SUGERENCIAS. saludos.