jueves, 10 de julio de 2008

MARIA



A Inés
ánimo...


Cuando cumplió veintitrés años y después de incontables cafés le pedí que nos casáramos. María me miró con la profundidad clara de sus ojos negros y me dijo que lo pensaría.

Febrero se llevaba las nubes del acantilado. Su cabello negro largo parecía llegar a lo insondable de la carretera; luego ella se quedaba quieta me susurraba al oído inconexas historias de animalitos de color pastel sobre ríos violáceos; después veía en su piel la prolongación tierna y posible de nuestros hijos. De pronto ¿el amor o el silencio?

La quería. Y ella deseaba a Ariadna y yo a Joaquín .Serían dos niños. Y tendríamos mascotas y los pequeños correrían detrás de ellos en los parques o en el patio de la casa. Ganaría lo suficiente, no nos faltaría nada. María lo sabía.

Pero tenía que pensarlo. Yo dentista y ella estudiante de filosofía, como en canciones cursis de pop; esperando luego de clases encontrar su sonrisa o su manía de mujer independiente, ir juntos al Mcdonals pedir lo de siempre y poner al lado de nuestras tristezas la más intima de las esperanzas. Intentar ser felices.

La lluvia caía. Semáforo en rojo. Dos muchachos se besaban a lo lejos.

¿El amor empezaba en mis ojos o en los de María? Qué rostro no es hermoso, a pesar de la falacia normativa de las proporciones. Nada es exacto. Cabello recogido, con la sutileza de una gorra, polo pequeño de niña, y sonrisa de veinte años. Ala de gaviota; así íbamos caminando.

Pronto encontré hermosas sus exageraciones, delicioso el puré o los tallarines rojos que a pesar de lo repetitivo tenían un aroma a María misma. Yo me enamoraba más cuando decía que lo había hecho con amor ¿Y otra vez el amor? Ella había tocado tanto la metafísica, en las publicaciones de las revistas especializadas, en las tesis, en las cátedras de epistemología o hermenéutica, que era difícil encontrarle cualquier muestra de simplicidad, pero a pesar de esto su inocencia era imperturbable: adorable como la imagen de la gata pequeña que siempre soñó ser. La dulzura inmutable, tal vez el ser mismo de un sistema sólo dable en mi mente torpe de cirujano dentista, pero muy tangible en la desnudez tranquila de María.

“Soy una gata ¿Me quieres?” “Te amo”. De nuevo el amor. La sin razón. Su inteligencia. María hermosa. Como llama triste ahogada en felinos gemidos de placer. El tiempo: veintitrés años, níveos en senos sensualista del siglo XIX: ilustración de color pastel, el pastel de su piel.

Nos casamos. Y todas las noches vi a María sobre nuestro techo acariciando su cabello. Y diciéndome amor con maullidos.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente, se disfruta muy bien. Precioso lenguaje.

A ver cuándo conocemos a la chica que añora ser una gata pequeña.

Muy bueno, Garo, has mejorado el lenguaje, va muy bien.

Saludos.

He visto por ahí que faltan dos tildes, XD, jaja.

Ivanex dijo...

mmmm, a veces noto que la sucesión entre ideas no es my buena, mejora eso. saludos.

Richard Chavez dijo...

bueno, coincido con Paul, el lenguaje es bueno: ternísimo. un poco mas y me vuelvo una gata. sigue asi. me gustó este texto. y a ver cuando terminas el de los muñecos.

Estirpe Púrpura dijo...

saludos, desde piura, la perdida.

Unknown dijo...

INTERESANTE FUGA DE LA REALIDAD TAN PUTA.
BUENAS IMÁGENES, NOTABLE EN KOLOR Y TRATAMIENTO DEL LENGUAJE.

GARO, AVANZA, MEJORA, Y SE ACERKA KON PASO FIRME AL TIBIO RESPIRO DE UNA MUCHACHA PIEL D GATA PEKEÑA.

P dijo...

Cuento breve:

El hombre entra al negocio porque quiere comprar una mesa. Es una mueblería, pero no antigua. Le ofrecen de varios tipos y modelos, pero el hombre no se decide y se va.

Anónimo dijo...

cliché

Víctor Flores Lazo dijo...

Lo mejor que te he leído hasta ahora.

Te captura desde el principio.

Inés es adorable. Para mi, lo máximo.

y conociéndola como la conozco se que se avergonzará tanto de este texto que hasta te pedirá que lo saques, jaja.

Excelente.

Anónimo dijo...

PATETICO