El aire se filtra desnudo y fugaz entre la puerta.
Tú también como el aire. No más. Yo debo ser sólo un sonido arbóreo que entró por la rendija.
Llamada esperada. Boletos de teatro nunca usados.
Y que llámame sólo cuando seas musgo y calles. Y que iremos a la función a ver las marionetas peinando margaritas con nuestros dedos.
Y que mejor vete. Y que ya no te necesito. Y que adiós.
La noche, tímida, se fragmenta en los rincones. Una sábana apenas esculpe su torso.
Anoche no fuiste tanta noche. ¿Qué comprende ese pájaro bobo que me mira? Nadie te entiende.
¿Por qué no te distingo del silencio?
La lluvia de noviembre, luctuosa, sobre las aceras. ¿Eres tú? ¿Quién deja desprendida tus lágrimas? Mano sobre vidrio. Gotas al otro lado, inalcanzables. Y que sopla. Y que pon ahora tu nombre. Y que no, mejor no. El nombre de ambos. Y que el corazón parece una pera. No te sale bien. Mejor lo hago yo. Ausentes y anónimos.
Mato al pájaro y lo relleno de noche. Sucia de ausencia la habitación. Anónima y reptil: ventana de lianas, rectángulo fotográfico. (Mira, esa gota que cae soy yo. Y aquella eres tú. A que no me atrapas… Yo aproveché con la cámara. Saliste bien). Y observarte como agua que no cae. Dendrofílica espera. Palabras no dichas. El inexorable corazón arbóreo, bordado en los anillos acuosos de cada temporada.
Y que no soy esa estúpida orquídea. Y que me voy. Y que es mejor porque en ese pueblo han muerto todos los carteros. Y que suéltame. Y que nuestro amor era un nido de canarios que nunca aprendieron a hablar.
Marioneta. Hilos. Mano. Cuestión de unas tijeras. Soy el único que puede repararte. No habrá más funciones sin ti. Hermoso tu rostro. Inmutable. Y que jamás se irá porque tengo el molde.
Y que no te creo titiritero loco. Y que aleja ese cincel de mí.
Tú también como el aire. No más. Yo debo ser sólo un sonido arbóreo que entró por la rendija.
Llamada esperada. Boletos de teatro nunca usados.
Y que llámame sólo cuando seas musgo y calles. Y que iremos a la función a ver las marionetas peinando margaritas con nuestros dedos.
Y que mejor vete. Y que ya no te necesito. Y que adiós.
La noche, tímida, se fragmenta en los rincones. Una sábana apenas esculpe su torso.
Anoche no fuiste tanta noche. ¿Qué comprende ese pájaro bobo que me mira? Nadie te entiende.
¿Por qué no te distingo del silencio?
La lluvia de noviembre, luctuosa, sobre las aceras. ¿Eres tú? ¿Quién deja desprendida tus lágrimas? Mano sobre vidrio. Gotas al otro lado, inalcanzables. Y que sopla. Y que pon ahora tu nombre. Y que no, mejor no. El nombre de ambos. Y que el corazón parece una pera. No te sale bien. Mejor lo hago yo. Ausentes y anónimos.
Mato al pájaro y lo relleno de noche. Sucia de ausencia la habitación. Anónima y reptil: ventana de lianas, rectángulo fotográfico. (Mira, esa gota que cae soy yo. Y aquella eres tú. A que no me atrapas… Yo aproveché con la cámara. Saliste bien). Y observarte como agua que no cae. Dendrofílica espera. Palabras no dichas. El inexorable corazón arbóreo, bordado en los anillos acuosos de cada temporada.
Y que no soy esa estúpida orquídea. Y que me voy. Y que es mejor porque en ese pueblo han muerto todos los carteros. Y que suéltame. Y que nuestro amor era un nido de canarios que nunca aprendieron a hablar.
Marioneta. Hilos. Mano. Cuestión de unas tijeras. Soy el único que puede repararte. No habrá más funciones sin ti. Hermoso tu rostro. Inmutable. Y que jamás se irá porque tengo el molde.
Y que no te creo titiritero loco. Y que aleja ese cincel de mí.
Nota: Texto desarrollado conjuntamente con Paul Quispe y el obeso camaleón.