sábado, 5 de abril de 2008

LA PELEA QUE NUNCA PERDÍ


El salón de quinto C de primaria de la G.U.E. tenía 45 alumnos, inquietos y vivaces. No podríamos afirmar qué era lo mejor para estos niños, si el recreo o las dos horas semanales de Educación Física. El profesor solía llegar borracho al salón de clases, y a veces faltaba por largo tiempo.

Por supuesto el quinto C era la peor sección, allí estaban aglomerados los futuros pirañas, pastrulos y los próximos delincuentes juveniles que perturbarían a la secundaría sanchezcarrionista. Yo estaba allí –y no por ser una promesa de lacra –sino por un reto casual de mensurable importancia. Podría, entonces mantener mi conducta y no corromperme o transfigurarme y ser escoria estúpida; eso tenía que responderlo yo.

Como todo niño vivía sumergido en mi subconsciente; trataba de pelearme con los muchachos más grandes, para lo cual tenía que recorrer el patio del segundo piso hasta los salones de sexto, y especialmente el C, donde estaba el siniestro Milton. Era jueves, lo recuerdo bien. Vi cómo el obeso Aznarán –disparado de su salón de quinto B– corría con dificultad al patio. Era el primero en llegar al Kiosco, nunca le hablé como a los otros, pero me sorprendía su voracidad. Lo vi comer atragantándose dos papas rellenas, justo en el momento en que me abría paso entre los malandrines del sexto para buscar la cara amenazadora de Milton.

Alguien dijo: “Milton, allí está el chibolo que te quería gomear en el salón de quinto”, otro agregó: “creo que ha venido por su cataneada”; y el más pequeño de ellos le propuso: “rómpele la cara, Miltón”. Yo lanzaría el primer golpe y él lo esquivaría. Cuba, como siempre, con su figura famélica y truculenta, nos miraría como un ave de rapiña desde la puerta del quinto A. Pensaría “Le van a sacar la mierda al zanahoria de Vargas”. Pero no hice nada; la bruma del sueño me había derrotado. El timbre del recreo aún no sonaba y el profesor, ebrio, se había quedado dormido sobre el pupitre.

Por fin, el timbre sonó y salí disparado. El gordo Aznarán dijo algo incomprensible mientras yo subía la escalera. Encontré a Milton recostado sobre el dintel del sexto C; mis puños se iban cerrando. No recuerdo si hacía frío o calor, pero la sangre me bullía rabiosa, colérica, por las afrentas recibidas. Era brigadier y el colorado de Milton me había humillado en mi propia aula, delante de Taucet, de Rodríguez, de los Lescano y de Ruiz, lo más malandros de todos. Me tenían cólera desde que había roto mi bastón de brigadier en las costillas de Suejiro, uno de sus compinches.

Debía golpearlo, intentarlo al menos, para eso tenía talla, cuerpo, y la fuerza suficiente. Faltaban unos cuantos metros para llegar a Miltón. De pronto, un muchacho pálido y enclenque se atravesó en mi camino y supuse que de ese modo quería protegerlo. Traté de intimidarlo con una mirada amenazadora que lo cohibió un poco, aunque por un breve instante. No se había dado cuenta de mis intenciones, por lo que sólo atinó a verme con ojos de amistad, que me dejaron perplejo. Trujillo me tocó el hombro y me dijo: “Es mi primo, se llama Jorge Miñano y recién lo han cambiado de colegio”. Volteé la mirada y vi la figura de Cuba, triste como ave carroñera sin su presa. Milton ya se había ido y Miñano se perdía en el patio bullicioso y entre los muchachos que atiborraban el kiosco de la G.U.E.


Nota: Texto escrito en el año 2002.

viernes, 4 de abril de 2008

POEMAS INCONCLUSOS


POEMA 1


No pediré nada,
ni tu sonrisa engalanada
ni tus ojos olvidados en el microbús
Nada asiré entre mis dedos deshilachados
que te cantan versos no escritos.
Ni la poesía podrá pedir
tus pasos incontados,
sin dirección alguna:
desdicha de niña pálida,
de niña azul,
de tanto cielo nunca visto.



POEMA 2


Ojalá crezca pronto mi muela,
Que ascienda sobre mi encía
Terráquea y ósea.
Que alce sus blancos brazos
en esa mordida perfecta
exánime
esperante de ti
mi muela ausente.



POEMA 3


¿Podría esta noche la luna ser esbelta
no redonda, abandonar su palidez,
y ser oscura como tu nombre?

Entonces cantaría versos
De lánguidas sílabas
que me recuerden tus caderas,
la línea de tus senos:
ruta extraviada entre boletos perdidos
¿ Podrías tú al menos
ser perfecta, ser oscura no redonda?



POEMA 4


que habito ignoto,
desprovisto de nombre,
dentro de ti, de esas blancas manos
de niña
que no saben de amor, pero sí de los juegos.
Entonces, tientas a no quererme,
silente,
con los ojos abiertos, ciegos,
en media tarde.
Juegas, muchacha pálida,
de pies pequeños,
a la ronda de no verme.