viernes, 12 de octubre de 2007

CONSTELACIONES




A ella...

Hace muchos años que no voy a esa plazuela. ¿Estarán las mismas estatuas? ¿Se encontrará al menos aquella de la muchacha cazadora, en cuyo plinto dijiste que me amabas? ¿Aún estará? ¡Quién sabe!

Empecé a frecuentar el cine con la intención de encontrarte. Repetí varias veces tu nombre en las salas a oscuras. Nadie me dio razón de ti. Me volví amigo de titiriteros, ventrílocuos y otros artistas callejeros, y les mostré tu fotografía con la esperanza de que alguno de ellos te hubiera visto. Pero ninguno recordaba haberse encontrado con una pequeña nínfula de ojos melancólicos.


Salí a la avenida, a esa fuente de soda donde comíamos helados – ¿lo recuerdas?–. Estábamos aún en la escuela y usabas en tu cabellera aquel lazo verde que te hacía tan linda. Le pregunté a un barquillo de chocolate si me habías dejado algún recado; no respondió. En el café-bar me introduje en los estantes, revisé los bolsillos de los mozos; bolsos, billeteras, cualquier cosa donde pudiera encontrar los sobrecitos de azúcar que me pedías hurtar.

Alguien alertó a los demás de mi presencia. El dueño me arrojó a la calle, los sobrecitos se esparcieron sobre la pista; todos tenían la misma imagen grabada, pero yo no recordaba su significado. A pesar de que tú siempre me lo explicabas. Olvidé el por qué de los colores, de la posición de los astros, la ubicuidad de los espíritus. Todo estaba extendido sobre la calzada, como un capricho negrísimo junto a los sobrecitos.

Te gustaba ordenarlos sobre la mesa formando constelaciones, que nombrabas en una lengua que yo desconocía. Me contabas las historias de tus ancestros, perdidas en viajes milenarios a través de los grandes mares y de las invasiones bárbaras. Me ofrecías café con gesto infantil mientras yo intentaba descifrar el orden exacto de los sobrecitos. ¿Eran ellos las estrellas que seguían tus tatarabuelos, y que ahora seguía yo?

Afirmabas que te hubiera gustado edulcorar todos los anuncios publicitarios de las calles céntricas, los postes, las plazuelas, incluso las estatuas. Yo lamentaba no poder hurtar tanta azúcar. Tú sonreías diciéndome que no importaba. Tarde entendí que la insignificancia era la verdadera fuente de tu dulzura.

Aún debes recordarlo: el azúcar regada a los pies de Diana, la muchacha cazadora.

NOTA: Disculpará el lector este es un texto sin animos de formalidad.



La extravagante canción...



La armonía para la composición...

THANATOZS


Al recorrer con mis manos tibias, tu cálido torso, un impulso recorrió todo mi adormecido cuerpo.

Al recorrer tu abdomen con mis manos se encendió en mi una gran hoguera en mi pecho.

Al asirte por la cadera volvió a nacer en mi aquella sensación ya olvidada.

Al respirarte al oído y sentir todo tu cuerpo vibrar y exhalar ese suspiro (gemido) volvio a latir mi corazón al ritmo de esa canción ya olvidada.

Aquella canción tan pocas veces entonada
Aquella canción mil veces profanada.

THANATOZS

NOTA: Un texto del buen amigo Thanatozs, compañero de la esquina de Cirugia Oral II. Producto obviamente de un gran amor y el consumo a kilogramos de películas en DVDs. Saludos Thanatozs.